Pippi Calzaslargas: la niña inasible.

A Mamá.

En el invierno de 1941, la sueca Astrid Lindgren le hizo un cuento a su hijita enferma, hablaba de una niña pelirroja con un carácter y una vida muy particulares. Dos años más tarde la llevaría al papel y, en 1945, ganaría el Primer Premio de un concurso convocado por la editorial Rabén & Sjögren. Desde entonces, la saga de Pippi Calzaslargas o Pippa Mediaslargas, como la conocemos en español y que consta de trece libros, ha sido traducida a más de setenta idiomas y ha acompañado a varias generaciones, que la recuerdan siempre como un personaje entrañable.

Pippilotta Viktualia Rullgardina Krusmynta Efraimsdotter Långstrum, hija de Efraín Långstrum (un pirata desaparecido en un naufragio, que luego descubrimos se volvió rey de los congoleses) es una niña de nueve años que llega sin avisar a una pequeña casita desvencijada, Villa Villekulla, en un vecindario sueco. Tiene trenzas color zanahoria que desafían la gravedad y se levantan como un par de antenas. Usa un vestido de retazos, medias que le llegan por encima de la rodilla y unos zapatones inmensos, para que le duren mientras crece y le mantengan siempre los pies calientes. Tiene, también, un mono llamado Mr. Nelson, un caballo llamado Tío y es la niña más fuerte del mundo: puede levantar a su caballo, sin esfuerzo, con una sola mano. Sigue leyendo «Pippi Calzaslargas: la niña inasible.»

Las brujas en la pintura. Cinco cuadros, cinco vuelos.

El origen de la palabra bruja es dudoso. Probablemente prerromano e ibérico, está emparentado con el gallego y portugués bruxa y el catalán bruixa y aparece documentado por primera vez en el siglo XIII, en textos de la región de Barbastro, Aragón. Algunos afirman que bruixa, en gaélico, significaba “muy alta”, expresión que se usaba para referirse a la luna; o britxu, que significa magia. El inglés witch también ha sido ampliamente discutido pero, la mayor parte de las hipótesis, apuntan al germano o celta wicca (pronunciado witcha para los brujos y witche para las mujeres y que probablemente tenga su origen en el radical indoeuropeo wikk, magia). Sea cual sea su origen, dos cosas coinciden en los distintos supuestos: la palabra bruja (no la figura, que está con nosotros desde siempre) surgió y se difundió durante el Medioevo y parece estar supeditada al territorio conquistado y habitado por los celtas.

El arquetipo de la hechicera, la maga, es tan antiguo y poderoso como la humanidad misma. Todos los textos de la antigüedad la mencionan, de una u otra forma (los griegos -solo por citar el ejemplo clásico- tenían una diosa, Hécate, que regía la hechicería). La primera poeta conocida (es decir, que firmó sus textos) fue una sacerdotisa acadia consagrada a la diosa Innana, de nombre Enkeduanna, que vivió hace aproximadamente 4300 años. Fue nombrada Endú -el cargo sacerdotal superior- del templo principal de Ur, por su padre, Sargón I, durante la dominación acadia en Sumeria. Sus poemas, Los himnos del Templo, son cantos a Innana y cuentan la historia de la diosa, así su propia historia. Constituyen, además, uno de los primeros intentos conocidos por sistematizar una teología, pues también describen el panteón de dioses mesopotámicos. Y, aunque podría alegarse que una sacerdotisa no es lo mismo que una hechicera o bruja, la frontera entre ambas es tenue: comparten un conocimiento de la naturaleza y lo sacro muy similar. Tal vez la mayor diferencia radique en que la primera responde a una institución (el templo) y está consagrada a una divinidad específica, mientras la segunda trabaja -por decirlo de alguna forma- en la sombra, la hemos obligado a hacerlo. Sigue leyendo «Las brujas en la pintura. Cinco cuadros, cinco vuelos.»