Errar inquieto

¿Qué es la vida sino este aceptar el instante que viene y el instante que se va? La ebriedad, el placer, la muerte no tienen otra meta. ¿Qué ha sido hasta ahora tu errar inquieto?

Cesare Pavese. “La isla”. Diálogos con Leucó.

Odiseo pasó diez años vagando antes de volver a Ítaca. Homero sabía bien que el regreso a casa está plagado de monstruos y paciencia. Kavafis nos aconseja no apresurar el viaje, pedir que el camino sea largo. ¿Qué es Ítaca? ¿Qué es la casa? ¿Habremos comprendido, al final, qué significa?

En inglés hay un término, homesickness, para describir un desorden específico: la nostalgia por el hogar; un trastorno vinculado a la ansiedad y la depresión que nos produce la ausencia de la casa, de lo familiar. Pero el hogar es más que un espacio físico o afectivo: es una forma de identidad. Tal vez la nostalgia no tiene sólo que ver con aquello que dejamos, sino también con quiénes fuimos. Dejar el hogar es dejarnos atrás. En español hablamos de añoranza, del catalán enyorar que, a su vez, proviene del latín ignorare: la nostalgia se revela, entonces, como el dolor por algo que ya no sabemos. El islandés, una de las lenguas más antiguas de Europa, tiene dos términos muy distintos para la añoranza: söknudur, nostalgia en general y heimfra, nostalgia por el terruño. El alemán sehnsucht, deseo por lo que está ausente, implica dolor por lo que fue pero también por lo que nunca ha sido: aquello que pudimos ser o tener y no fuimos o no tuvimos (un amor, un trabajo, el paso que no dimos).

No conozco, sin embargo, cosa más frágil que la identidad, que el yo soy. Aquello que llamamos yo se parece al agua, que toma siempre la forma de la vasija que la contiene. Una vez rota la vasija (la nación, el apellido, el lugar, los lazos familiares, la profesión) lo que corre es el río, su murmullo. Odiseo también es Nadie. Odiseo es el hombre al que Circe no transforma en cerdo; aquel a quien Calipso intenta retener en la isla de Ogigia. Odiseo es el que se tapa con cera los oídos, no sucumbe a la trampa infecta de un canto; el que baja al inframundo y ve a sus amigos muertos, el que atraviesa los escollos. Cada situación una exigencia distinta. Y es, por último, es el Odiseo que fue antes de salir de Ítaca, el que será cuando retorne. En el tránsito, una idea fija: Penélope, una mujer que teje y desteje una tela, una mujer que espera.

Nostalgia, etimológicamente, significa dolor por el regreso (nostos, regreso; algios, dolor). Pero el nostos es también un género de la tradición micénica: poemas épicos que narran historias de viajes (el más famoso, perdido para nosotros, formaba parte del ciclo troyano y algunos lo atribuyen a Agias de Trecén y otros a Homero). No hay viaje que no se cuente como tránsito, como quiebre; un estado entre quién se fue y quién volvió, si acaso volvió. En todo tránsito, una incomodidad, un desajuste.

Pero volver a casa es imposible, no se vuelve nunca a quiénes fuimos. Incluso si la casa no ha cambiado, nosotros no seremos ya lo mismos. En el camino nos detuvimos, como quería Kavafis, en los mercados fenicios; traemos un montón de mares en los ojos. Otro poema del ciclo troyano, la Telegonía (también perdido y atribuido a Eugamón de Cirene y conocido gracias al resumen que hace Proclo en la Crestomatía) narra cómo Odiseo, tras haber disfrutado de los placeres del hogar, comienza a sentirse intranquilo y se hace nuevamente al mar.

La casa es la casa siempre en la memoria; un paraíso perdido, como todo paraíso. Vivir es un errar inquieto.

*Arnold Böcklin. Ulises y Calipso. 1883.

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