Mujeres de armas tomar: guerreras en los mitos y en la historia.

En alguna parte leí, hace mucho, que el ejército más peligroso del mundo estaría conformado exclusivamente por mujeres. No lo dudo, la combinación entre la furia femenina y la disciplina de la que somos capaces, es un arma letal. Ahí están Las brujas de la noche, como llamaron los alemanes al mortífero batallón aéreo ruso conformado por mujeres, durante la II Guerra Mundial; o los actuales batallones femeninos del ejército kurdo, en la lucha contra el Estado Islámico: unas máquinas del terror. Sin embargo, la guerra ha sido vista siempre como territorio masculino y la historia de las mujeres guerreras, que existen desde hace milenios, apenas ha comenzado a revisarse y rescatarse. Incluso en el trabajo con los arquetipos femeninos, el aspecto de la guerrera es, todavía, un campo que pareciera no haber sido completamente explorado por el psicoanálisis, que parece haberse centrado en la triada de doncella-madre-bruja.

Cuando se habla de mujeres guerreras, el referente popular es siempre el de las amazonas griegas: un pueblo conformado por mujeres, que formaron una nación y un gobierno propio bajo el mando de la reina Hipólita y aprendieron el arte de la guerra. Sacrificaban a sus hijos varones1 y se cortaban el seno derecho2 para poder manejar mejor el arco y la flecha. Las niñas, por supuesto, eran educadas para la batalla.

01. Amazona fugitiva.  Eufronios. Tonto de un cálix griego. 550-510 ac.

Amazona fugitiva. Eufronio. Tombo de un cáliz. 550-510 a.c

Situado en el Ponto, actual Turquía, el pueblo de las amazonas y como toda leyenda, es más que un mito. Existió en el norte del país, efectivamente, un pueblo de mujeres guerreras. Para los griegos, el nombre amazonas a las que no tienen pecho: a (sin) y mazos (pecho). Sin embargo, algunos investigadores insisten en que el origen de la palabra proviene del persa ha-mazan (guerrero) y otros afirman que proviene de un vocablo del proto-indoeuropeo, -mn-gw-jon-es, que significa “sin marido”. Pero esa falta de disposición para el matrimonio no fue -y dependiendo de quién cuente el mito- tan inflexible. Ahí tenemos la boda de Hipólita con Teseo, con quien concibiera a Hipólito, inmortalizado por Eurípides en la tragedia homónima. Así también la madre de Hipólita, la amazona Otrera, fue consorte del Dios Ares y le dio varios hijos, entre ellos otra importante guerrera de la mitología griega: Pentesilea, famosa por participar en la Guerra de Toya. En ese sentido, se diferenciaban de la diosa a la que rendían culto: Artemisa, la cazadora. Diosa virgen, hija de Zeus y Leto, dueña del bosque, no permitió jamás que ningún hombre, mortal o dios, se le acercara. Al pastor Endimión, el único que logró despertar en ella algo parecido al amor, se le aparecía en sueños (es ella quien se acerca) y en su aspecto más profundamente lunar. El amor de Artemisa y Endimión no es carnal, lo carnal en Artemisa no es posible. Su terreno es, sobre todo, el terreno de lo incontaminado, de lo puro, de lo que no se mezcla.

Junto a Atenea, Hestia y la Kore, conforma el cuarteto de las diosas doncellas, doncellez que pierde la Kore al abismarse en el inframundo y convertirse en Perséfone. Pero Artemisa es una diosa intocable, una diosa sin eros. Su única pulsión erótica reside, tal vez, en la satisfacción de dar muerte; en eso que hay, en ella, de fiera y salvaje.

Escucha. Está ante mí –una flaca muchacha, no sonríe, me mira. Y los ojos grandes, transparentes, han visto otras cosas. Las ven aún. Son ellos esas cosas. En esos ojos está la baya y la fiera, está el aullido de muerte, el espanto cruel. Conozco la sangre derramada, la carne desgarrada, la tierra voraz, la soledad. Para ella, la salvaje, es soledad. Para ella la fiera es soledad. Su caricia es la caricia que se le hace al perro o al tronco del árbol. Pero, extranjero, ella me mira, me mira, y en su túnica breve es una flaca muchacha, como acaso las has visto en tu tierra.3

(c) Manchester City Galleries; Supplied by The Public Catalogue Foundation

Edward Poynte. La visión de Endimión. 1902.

Así describe Endimión -en la voz de Cesare Pavese- la aparición artemisal, en uno de los capítulos más hermosos de sus Diálogos con Leucó (lo último que leyó el escritor antes de volarse la tapa de los sesos, en un hotel en Turín; el diálogo sobre el cual lo encontraron muerto). Artemisa: un claro en el bosque iluminado por la luna; un centro intocable, indescifrable, que existe también en nosotros: un terreno psíquico inasible, virgen. Una diosa para quien la traición, casi siempre relacionada con lo erótico, se pagaba con sangre, como demuestran las historias de Calisto o Acteón. A ella está consagrada Atalanta, experta cazadora que decidió no casarse nunca y que, por azares del destino, termina en nupcias con Meleagro; el único capaz de superarla en fuerza. Una guerrera que recuerda a otro personaje, suspendido entre la historia y el mito: Khutulun, prima de Gengis Khan e hija de Kaidu, uno de los reyes más poderosos de Asia Central, en el Medioevo. No sólo es legendaria por su activa participación en la batalla sino por su negación a contraer nupcias. Famosa por su valor y su belleza, fueron muchos los hombres que la pretendieron. A todos, Khutulun los retaba a la pelea, con la promesa de matrimonio en caso de ser vencida. En caso de resultar vencedora, el oponente debía darle cien caballos. Así, llegó a reunir 10.000 caballos hasta que, finalmente, decidió casarse con un soldado (cuyo nombre y figura permanecen en las sombras) sin pelear.

Desde todos los ejemplos anteriores podría pensarse que la sexualidad y la mujer guerrera son incompatibles: el arquetipo compite con lo masculino y fácilmente prescinde de él. ¿Son compatibles el amor y la muerte, lo que aniquila y lo que genera? Puede pensarse, incluso que, como arquetipo, la guerrera tiene una función distinta respecto a lo masculino, que no es la relación amorosa: protege y acompaña, como hace Atenea -diosa por excelencia guerrera- con ciertos héroes héroes inteligentes. Pero es falso que el espacio de la guerra, en las mujeres, no sea también el espacio del cuerpo como gestador de placer, el espacio de la cama. Si salimos del ámbito de los mitos griegos (los mitos fundacionales de la cultura occidental) nos encontramos, por ejemplo, con Innana, diosa sumeria de la fertilidad pero también de la guerra. Amante terrible, portadora del rayo y la tormenta, también personifica el ardiente verano y la sequía: su arco dispara una flecha cuya punta es la estrella Sirio, la que anuncia la canícula. Y es, paradójicamente, quien hace crecer, quien fecunda. En ella, los extremos se juntan.

Freya, diosa nórdica y germana del amor, la belleza, la fertilidad, es también quien rige la adivinación y la guerra. Hija de Njörd y casada con Odd, era quien presidía a la Walkryrias (otras guerreras míticas) cada vez que estas iban a la batalla y quien recibía a la mitad de los guerreros en el Valhalla (la otra mitad era recibida por Odín, quien compartía con Freya los secretos de las runas y la adivinación). Era a quien invocaban las mujeres a la hora de conseguir amor, a la hora del parto y la más hermosa de todas las diosas del pabellón nórdico. En Freya se contienen varios arquetipos que la mitología griega separó y convirtió en diosas y dioses distintos; es una unidad de lo femenino donde la amante, la esposa, la guerrera y la bruja no se excluyen, sino que conforman un mismo personaje, una misma divinidad.

04. Freya y su collar. Arthur Rackhan.

J. Penrose. Freya. c. 1913.

Tal es el caso, también, de la Oyá africana. Patrona de los vientos –desde la más suave brisa hasta los huracanes le pertenecen-, orisha del río Níger, dueña del rayo y de las entradas de los cementerios (es el umbral, el tránsito) estuvo casada primero con Oggún y luego con Changó, dios del baile y el trueno. Es, además, es su compañera de guerra. Cuando en el cielo hay tormenta, es porque Changó y Oyá están en la batalla. Changó le teme a Oyá, porque es dueña de los muertos y por su bravío carácter. No hay manera de atrapar a Oyá, como no hay manera de atrapar al viento; diosa indomable cuya falda danzante, el ciclón, azota todos los veranos la cuenca del Caribe. Famosa por su porte y su hermosura, no está permitido mirarle a los ojos. Quienes la bailan, en el candomblé y toques de santo, se cubren el rostro con una máscara. Según quien cuente el mito, Oyá es madre de varios hijos, entre ellos los gemelos Ibeyi y es quien transporta el polen, el soplo que fertiliza. También en ella encontramos varios arquetipos reunidos: la bruja, la amante, la madre, la guerrera. Siendo una diosa importada desde Dahomey a la cultura yoruba, en Nigeria (donde las mujeres no iban a la guerra y por ende uno había posiblidad de una diosa guerrera),terminó también convirtiéndose, en ciertas poblaciones, en la diosa que protegía a las mujeres que eran maltratadas por sus maridos.

En la mitología hindú es una diosa, Durga (una encarnación de Parvati, esposa de Shiva) quien preside la guerra. Fue creada exclusivamente por el resto de los dioses para enfrentar al demonio Mahishasura, que estaba destruyendo el equilibrio del mundo; llenándolo de ignorancia, mentira y oscuridad. Luchó contra él nueve días y nueve noches, hasta que logró purificarlo y mandarlo de regreso al cielo. Su nombre significa la adversidad por venir y, como tal, es a ella a quien se invoca en medio de trances difíciles. Como Shiva, es tryambake, tiene tres ojos . Tiene, además, ocho brazos, donde porta las armas que los dioses le regalaron para el combate pero también una concha, que simboliza el Om -la conexión con lo sagrado a través del sonido- y una flor de loto. En su dedo índice gira un disco que no es sino el mundo, completamente sometido a su voluntad.

05. Durga

Si abandonamos el terreno del mito y nos vamos al mero terreno de la historia, encontraremos también una amplia variedad de mujeres guerreras, vírgenes y no vírgenes. Las banfennid, las mujeres celtas que acompañaban a sus esposos a la guerra, eran el escuadrón de vanguardia en las batallas. Desnudas, pintarrajeadas de negro o azul, haciendo sonar cuernos y tambores, rechinando los dientes, el cabello enmarañado, profieriendo insultos, salían de primeras y ahuyentaban a los enemigos, que huía despavorido ante tan temible visión. En la lucha, eran contrincantes difíciles. Lo eran también en las noches, cuando despojadas de las armas, entraban a las camas de sus maridos: la misma pasión para el amor y la muerte.

No había en ellas una relación de distanciamiento ni de aversión hacia lo masculino. Al contrario, se medían en el mismo terreno, tenían los mismos derechos y los mismos deberes. Son famosas, en la historia celta, las reinas Boudica y Maeve, quienes pelearon valerosamente para defender sus reinos. La historia de Boudica, a quienes los romanos describieron como una mujer altísima y pelirroja, es una historia de venganza: tras la muerte de su esposo, los romanos no aceptaron la idea de una mujer gobernando. La Reina fue azotada cruelmente y sus hijas fueron violadas ante sus ojos. Famoso es su grito, ante el pueblo de los icenos, de “¡Mostremos a los romanos que no son más que conejos y zorros tratando de gobernar sobre lobos y perros!”. No lo logró, su ejército fue vencido por Suetonio en el 60 d.c pero su valor, no obstante, la fue convirtiendo en una figura legendaria. No se sabe qué fue de ella tras la derrota, Tácito cuenta que suicidó usando veneno; otros historiadores dicen que fue asesinada. La leyenda popular cree que su cuerpo está enterrado entre los andenes 9 y 10 de la estación de trenes King’s Cross, el mismo lugar que J.K Rowland escogió como entrada secreta al mundo de la magia. En la línea de mujeres al frente de un ejército, habría que mencionar también a Zenobia de Palmira (siglo III d.c) en su lucha contra los romanos y a Artemisia de Caria, gobernante de Halicarnaso y la única mujer en el ejército de Jerjes durante la invasión persa en Grecia (480 a.c) y la batalla de las Termópilas.

06. Boudica. Vitral del Town Hall de Colchester.

Retrato de Boudica. Vitral del Town Hall de Colchester. 1902.

La figuara de la mujere guerrera también la encontramos en Japón, en la onna-bugueisha o mujer samurái: reducido grupo de esposas o hermanas de la clase bushi (samurái), entrenadas en las artes bélicas, para proteger su honor, su casa y su familia en tiempos de guerra. La Emperatriz Jingú, consorte del Emperador Chüai, por ejemplo –y según cuentan algunas leyendas- lideró la invasión a Corea y regresó victoriosa a casa. Varios historiadores desmienten las hazañas de Jingú pero no es la única mujer samurái que encontramos registrada en la historia japonesa: Tomoe Gozen luchó al lado de su esposo, Minamoto no Yoshinaka, en las Guerras Gempei, un enfrentamiento entre clanes que duró cinco años. A Tomoe, famosa por su belleza, se le adjudica la toma de Kioto en 1184 d.c . Su máscara de guerra fue vendida en Londres, hace unos años, a un coleccionista privado.

07. Tomoe-Gozen

Shitomi Kangetsu. Tomoe Gozen. SF.

El Reino de Dahomey, en África, fue famoso durante el siglo XIX por su ejército de mujeres, cuya creación data de un siglo anterior y bajo el mandato del Rey Agadja. En este caso, sí debían ser vírgenes o ser célibes, estaban exclusivamente dedicadas a la guerra. El ejército femenino dahomeyano llegó a tener entre 4000 y 6000 mujeres armadas con arcos, flechas, lanzas y armas de fuego danesas (obtenidas a través de la trata de esclavos). Su función era, sobre todo, defensiva y atacaban por sorpresa. Fue exterminado en 1890 por los franceses, superiores en tecnología bélica y finalmente fue disuelto, oficialmente, por el último reý de Dahomey, Agoli Agbo, poco antes de que el país pasase a ser protectorado francés, en 1984. Dahomeyana, ya lo dijimos, es la orisha Oyá, a quien se le veneraba precisamente como regente de las guerreras y cuyo culto pasó luego a Nigeria, donde también se convirtió en una diosa fluvial.

09. Amazonas Dahomey.

Ejército de mujeres de Dahomey (sin datos).

En el norte de la India, específicamente en Uttar Pradesh, hace diez años una muy particular brigada comenzó a recorrer las calles: vestidas con saris rosas, combateía con palos de bambú el crimen, especialmente las violaciones y maltratos hacia otras mujeres. El Gulabi Gang, como se hace llamar, fue fundado por Sampat Pal, una mujer cuyo mayor sueño era estudiar y a quien casaron con un comerciante, a los nueve años, que la golpeó sitemáticamente durante décadas. Actualmente cuenta con 400.000 miembros y tiene presencia en todo el país. No sólo persiguen delincuentes sino que enseñan a las mujeres a defenderse (a usar el palo de bambú como arma), detienen matrimonios infantiles, acogen y tratan a víctimas de abuso y, como si eso no fuese suficiente, educan a las mujeres y les enseñan un oficio. Pacientemente, han logrado tener el apoyo de las autoridades de su país.

09. Gulabi Gang

Sampal Pat, presidiendo el Gulabi Gang.

En Irak, una cantante de origen yazadí, Xate Shingali, creo las “The sun girls”, en 2014: un grupo de aproximadamente 150 mujeres yazadíes (una minoría étnica y religiosa que combina el Islam con el Cristianismo) que combate al Estado Islámico, luego de que miles de mujeres y niñas yazadíez fuesen raptadas y tomadas como esclavas sexuales. Ellos nos violan, nosotras los matamos, dice su líder a la prensa. Fueron entrenadas por el ejército kurdo, en Siria y pronto pasarán a formar parte oficial del frente de batalla contra una de las organizaciones más mortíferas de la historia contemporánea. Y, aunque más que un camino elegido, es un camino impuesto y eso es triste, las «sun girls» no lo han dudado a la hora de tomar las armas. Para un musulmán radical, morir a manos de una mujer significa no poder entrar al paraíso.

10. Sun girl

Muchacha yazadí, integrante de las «Sun girl».

El arquetipo de la mujer guerrera, en el Occidente moderno y contemporáneo, parece tener sólo dos maneras de ser entendido y representado: o bien se masculiniza o bien se les hipersexualiza. El terreno de la guerra es, tradicionalmente, un terreno masculino y, como tal, mira desde allí. Una mujer que pelea tiene que parecerse a un hombre o ser el objeto de deseo de un hombre. No es una figura que se acepte fácilmente o que se respete fácilmente: “las mujeres son demasiado débiles para pelear” y quien quiebra ese molde inspira desconfianza y miedo (no olvido las miradas burlonas de ciertos hombres cuando comencé a practicar muay thai, hasta el día en que tuve que defenderme del bullying de uno de ellos). Fuimos educadas para la sumisión, pelear no es de niñas. Las niñas que pelean son malas y feas, nos dicen desde nuestra temprana infancia. Eso es cosa de varones. Juana de Arco, guerrera medieval, murió en la hoguera, condenada por hombres; una virgen acusada de loca. Pero ¿qué pasaría si nos enseñaran que hay mujeres que iban a la guerra? ¿Qué pasaría si, desde niñas, nos enseñaran a pelear? ¿Cuántas violaciones, cuántos maltratos podrían evitarse mientras enseñamos a los hombres a no violar ni maltratar? ¿Qué pasaría si alguien nos dijera que eso no nos hace menos mujer? Las mujeres hemos peleado, seguiremos peleando y pelearemos siempre. Lo haremos, como Durga, mientras este mundo sea incapaz de encontrar su equilibrio. Conformamos, en silencio, el ejército más peligroso del mundo.

1

Las amazonas tenían sexo una vez al año, con los hombres del pueblo vecino, los Gargarios, sólo para poder continuar la especie. La sexualización por placer o afecto no les interesaba. Eran ellas quienes visitaban a los Gargarios, pues el acercamiento de los hombres no estaba permitido.

2

O se lo cauterizaban desde los primeros indicios de desarrollo, como presumen algunos historiadores o mitógrafos

3

Cesare Pavese. “La fiera”. En Diálogos con Leucó. Barcelona. Editorial Bruguera. 1980. p. 45.

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